#accesibilidad La imagen muestra una señora de cabellos blancos, usando gafas, vestida con una camisa formal femenina debajo de un chaleco rojo de lana. Al fondo se ve un laboratorio de investigación.
Texto escrito por nuestro colaborador Wagner R. de Souza
Checoslovaquia, 1945. En ese año, donde hoy está localizada la actual República Checa, una intensa persecución contra ciudadanos de ascendencia alemana que vivían en el país, estaba en desarrollo. Paul Kubelka, un profesor de fisicoquímica de la Universidad de Praga, fue expulsado del país con toda su familia, incluyendo su hija Johanna Liesbeth Kubelka Döbereiner, quien fue a vivir con sus abuelos a la antigua Alemania Oriental. En la Alemania comunista, Johanna trabajó en una hacienda, ordeñando vacas y abonando el suelo con estiércol. Tras la muerte de sus abuelos, Johanna se encontró con el resto de su familia en Munich, en Alemania occidental, donde continuó trabajando como campesina. Su mamá, Margarethe Kubelka, desafortunadamente había muerto en un campo de concentración ubicado en Praga.
El amor por las plantas y por la tierra, hizo que Johanna se matriculara para cursar Agronomía en la Universidad de Munich, de donde se graduó en 1950. En este mismo año conoció a su futuro esposo, Jürgen Döbereiner. La situación de Alemania en la década de los 50s estaba muy conturbada e hizo que Johanna, junto con su padre y esposo, emigraran al Brasil.
Al llegar, Johanna quedó encantada con la vitalidad de nuestra flora, notando particularmente la vistosidad de las plantas. Ella comenzó a trabajar en el Departamento de Microbiología del antiguo Instituto de Economía y Experimentación Agrícola, actualmente Centro Nacional de Investigaciones en Agrobiología de la Embrapa, localizado en el municipio de Seropédica, estado de Rio de Janeiro. Sin un conocimiento profundo en microbiología, Johanna se ofreció a trabajar como voluntaria, sin recibir nada a cambio. Sin embargo, en el fondo, ella debía saber algo pues un día declaró: “en este suelo brasilero hay algo especial, miren nada más el verde exuberante de esta vegetación y de estos prados!” El cariño por Brasil llevó a la científica a naturalizarse como brasilera en 1956.
Las cuidadosas observaciones de nuestra vegetación hechas por la Dra Joana, como era llamada por sus alumnos y amigos brasileros, la llevaron a estudiar un grupo especial de bacterias fijadoras de nitrógeno, encontradas en el suelo. Estas bacterias son capaces de captar el gas inerte nitrógeno (N2) del aire, y transformarlo en amoniaco (NH3) u otra molécula similar que se incorporan luego a moléculas esenciales como los aminoácidos. Las plantas necesitan mucho nitrógeno para su desarrollo, pero no logran transformar el N2 del aire. Las bacterias fijadoras, necesitan mucha energía en forma de azúcares para realizar el proceso de transformación de N2. Así, estos dos organismos terminan asociándose de tal forma que las plantas producen los azúcares para las bacterias a través de la fotosíntesis y las bacterias transforman el nitrógeno en una forma utilizable por las plantas. ¡Y esta fue la gran deducción de la Dra Joana!
Los estudios en bacterias hechos por la investigadora coincidieron con el programa de mejoramiento de soya en el Brasil, en 1964. En los Estados Unidos de América, los productores utilizaban una cantidad enorme de fertilizantes nitrogenados para obtener alta productividad en la soya. Estos fertilizantes, además de ser caros, contaminan el medio ambiente. Fue entonces que Johanna propuso algo que impresionaría no solo a los productores agrícolas, sino también a la comunidad científica: la introducción de bacterias fijadoras de nitrógeno en el suelo, para que la planta pudiera producir su propio abono. Después de varias pruebas, el grupo de la Dra Joana descubrió una especie de bacteria capaz de asociarse a las raíces de soya y promover una productividad alta mediante la fijación de nitrógeno. Esta bacteria, la Rhizobium, hoy es aplicada al suelo o inoculada en las semillas durante la siembra de la soya, evitando el uso del fertilizante mineral, caro y nocivo para el medio ambiente. Con la aplicación de esta tecnología, Brasil ahorra anualmente cerca de 1,5 billones de dólares en la siembra de soya. El descubrimiento de otras especies de bacterias fijadoras de nitrógeno, en simbiosis con plantas como la caña de azúcar, por ejemplo, condujo también a la creación del Programa Nacional de Alcohol (Proálcool) en 1970, debido a la gran productividad de la caña sembrada con esta tecnología.
Los resultados de Johanna Döbereiner la llevaran a la cima de la carrera profesional. En 1997, a sus 72 años, fue nominada al Premio Nobel de Química, cuando ya era madre de 3 hijos y abuela de 10 nietos. Fue nominada por el Papa Paulo VI a la Academia de Ciencias del Vaticano, tiene más de 500 publicaciones, diversos premios y condecoraciones y fue la científica brasileña más citada por la comunidad científica internacional. Pero nada de eso la satisfacía tanto como darse cuenta de que sus contribuciones, a través de la investigación condujeron a la adopción de prácticas sustentables en la agricultura. De esta forma, sobre Johanna Döbereiner, que desafortunadamente nos dejó a causa de una insuficiencia respiratoria en el año 2000, podemos decir de forma victoriosa, las palabras de su mamá Margarethe: “No debemos decirle a nuestra hija que habrá llegado su destino cuando encuentre un marido. Debemos decirle que alcanzó la victoria cuando se sienta orgullosa de lo que hizo.” Y si hay alguien que puede sentirse orgullosa de lo que realizó, esa es Johanna Döbereiner.
¡Qué viva la Dra Joana, científica, madre, abuela, esposa y revolucionaria!
Fuentes:
Fuente de la imagen destacada: Wikipedia Commons / CC0
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